La mente de Sarah Shourd comenzó a desvariar después de dos meses de encarcelamiento. Escuchaba pisadas, veía luces y pasaba gran parte del día en cuatro patas, escuchando a través de un hueco en la puerta.
Un verano, esta mujer de 32 años estaba de excursión con dos amigas por las montañas iraquíes de Kurdistán cuando fueron arrestadas por las tropas iraníes después de que cruzaran la frontera con Irán. Las acusaron de espionaje y las mantuvieron en confinamiento en solitario –cada una en una pequeña celda-, en la prisión Evin de Teherán.
Sobrevivió a casi 10.000 horas de aislamiento, con mínimo contacto humano, antes de ser liberada. Uno de los efectos más alarmantes fueron las alucinaciones.
"En mi visión periférica empecé a ver una luces que desaparecían cuando giraba la cabeza", escribió en 2011 para New York Times. "En un momento escuché a alguien gritar, y sólo me di cuenta que se trataba de mis propios gritos cuando sentí que los guardias más amigables me tocaban la cara para reanimarme".
Todos queremos estar solos de vez en cuando para escapar de los colegas o de las multitudes, pero no solos solos. Para la mayoría, el aislamiento social prolongado es malo, especialmente para la mente.
¿Por qué la mente se derrumba espectacularmente cuando estamos realmente solos? ¿Existe una manera de evitarlo?
Cinco minutos para 120 segundos
La soledad interfiere en una gran cantidad de funciones diarias del cuerpo, como los patrones del sueño, la atención y el razonamiento lógico y verbal. El funcionamiento de estos efectos aún no es claro, pero se sabe que el aislamiento social genera una respuesta inmune extrema -una catarata de hormonas del estrés e inflamación.
Sin embargo, algunos de los efectos más severos de la soledad son mentales.
Para empezar, el aislamiento confunde nuestro sentido del tiempo. En 1961, el geólogo francés Michel Siffre condujo una expedición de dos semanas para estudiar un glacial subterráneo bajo los Alpes franceses y terminó quedándose dos meses, fascinado por los efectos de la oscuridad en la biología humana. Al realizar pruebas con sus colaboradores en la superficie, ellos descubrieron que le tomó cinco minutos contar 120 segundos.
En 1993, Maurizio Montalbini, un sociólogo y entusiasta de la espeleología, pasó 366 días en una gruta subterránea cerca de Pesaro (Italia) que había sido diseñada por la NASA para simular misiones espaciales. Al salir de ella, estaba convencido que sólo habían pasado 219 días.
Los investigadores hallaron que, en la oscuridad, la mayoría de la gente se adapta a un ciclo de 48 horas: 36 horas de actividad y 12 horas de sueño. Las razones aún no están claras.
Tras meses de aislamiento, Siffre necesitó lentes oscuros.
Junto con los cambios de tiempo, Siffre y Montalbini también mostraron períodos de inestabilidad mental. Sin embargo, estas experiencias no son nada comparadas con las reacciones extremas mostradas en los experimentos de privación sensorial de mediados del siglo XX.
Experimentos de guerra en el laboratorio
En los años 50 y 60 se rumoreaba que China utilizaba el aislamiento para "lavar los cerebros" de los prisioneros estadounidenses capturados durante la Guerra de Corea, y los gobiernos de Estados Unidos y Canadá estaban más que dispuestos a probarlo.
Entonces, sus departamentos de defensa financiaron una serie investigaciones que hoy en día serían cuestionados.
El más grande se hizo en el centro médico de la universidad McGill en Montreal, liderado por el psicólogo Donald Hebb. Los investigadores pagaron a voluntarios –principalmente estudiantes– para que pasaran días o incluso semanas aislados en cubículos a prueba de ruidos y privados de cualquier contacto humano significativo. Su objetivo era reducir la estimulación sensorial al mínimo y ver el comportamiento de los individuos cuando no sucedía absolutamente nada. Se redujo al mínimo lo que ellos podían sentir, ver, oír y tocar.
Apenas pasadas unas horas, los estudiantes se volvieron increíblemente impacientes. Necesitaban estimulación. Comenzaron a hablar, cantar o recitar poesía para romper con la monotonía. Muchos se volvieron ansiosos o altamente sensibles. Su desempeño mental también se vio afectado a la hora de realizar pruebas de aritmética o de asociación de palabras.
Los efectos más alarmantes fueron las alucinaciones. Comenzaban con puntos de luz, líneas o formas y eventualmente se convertían en extrañas escenas, como ardillas marchando con sacos sobre sus hombros. Ellos no tenían control sobre sus visiones: uno de los hombres sólo veía perros; otro, bebés.
Los militares están preparados para el aislamiento en caso de captura.
Algunos también experimentaron alucinaciones sonoras, por ejemplo, una caja musical o un coro. Otros imaginaban que los tocaban y uno de los hombres sintió que una bala le impactó en el brazo.
Cuando salieron del experimento, les resultó difícil librarse de este sentido alterado de la realidad, estaban convencidos de que el cuarto se movía o de que los objetos cambiaban constantemente de forma y tamaño.
Los investigadores esperaban poder observar a los sujetos durante varias semanas, pero la prueba fue acortada porque se los veía muy angustiados como para continuar. Muy pocos duraron más de dos días y ninguno llegó a la semana. Hebb escribió luego en la revista American Psychologist que los resultados eran "muy perturbadores".
"Una cosa es oír que los chinos lavan el cerebro a sus prisioneros y la otra es descubrir que, en tu propio laboratorio, con sólo retirar por unos días estímulos visuales, auditivos y táctiles a un universitario sano puedes alterarlo hasta lo más profundo de su ser", agregó.
¿Por qué el cerebro se comporta así al estar privado de los sentidos? Los psicólogos cognitivos creen que la parte del cerebro encargada de las tareas continuas, como la percepción sensorial, está acostumbrada a tratar con una gran cantidad de información, visual, auditiva y demás datos del entorno.
Cuando esta información escasea, el psicólogo clínico Ian Robbins dice que "los diferentes sistemas nerviosos que alimentan al procesador central del cerebro siguen disparándose, pero lo hacen sin sentido. Entonces, luego de un tiempo, el cerebro empieza a darles sentido, a buscarles un patrón". Así es como crea imágenes enteras a partir de imágenes parciales.
Función social
Es posible que tengamos momentos de soledad, pero el aislamiento prolongado puede ser dañino para la salud.
Los biólogos creen que las emociones humanas evolucionaron porque ayudaron a la cooperación entre nuestros primeros ancestros, los cuales se beneficiaban de vivir en grupos.
Su función principal es social. Si no hay un intermediario que nos ayude a saber si nuestros sentimientos de miedo, ira, ansiedad y tristeza son apropiados, en poco tiempo las emociones distorsionan la identidad, alteran la percepción o nos vuelven profundamente irracionales.
Pareciera que si estamos mucho tiempo con nosotros mismos, el sistema que regula nuestra vida en sociedad puede saturarnos.
Sin embargo, no siempre el aislamiento social es debilitante.
¿Pueden algunas personas lidiar con el aislamiento mejor que otras? Los científicos tienen pocas respuestas concretas; pero al menos contamos con la experiencia de los individuos que superaron -o sucumbieron- al aislamiento.
Cuando Shourd fue encarcelada en Irán, se podría decir que era la menos preparada para superarlo. El mundo se pone de cabeza para quienes no consiguen encontrar una razón -ya sea por un bien superior o como un sacrificio personal- que les ayude a darles significado a estas circunstancias.
Cuando les toca vivir esa experiencia, deben darle sentido de alguna forma a su predicamento o separarse mentalmente de la realidad, lo cual es una tarea monumental cuando se está solo.
Hussain al Shahristani lo logró. Él era el consejero nuclear de Saddam Hussein antes de ser torturado y encerrado en la prisión de Abu Ghraib, en las cercanías de Bagdad, después de negarse a ayudar a desarrollar un arma nuclear por motivos morales. Se mantuvo cuerdo durante los 10 años que estuvo encarcelado, refugiándose en un mundo de abstracciones y creando problemas matemáticos que luego trataba de resolver. Hoy en día es el viceministro de energía de Irak.
Dichas experiencias pueden ser más fáciles de soportar si se pertenece a una organización militar. Keron Fletcher, un asesor de psiquiatría que ayudó a evaluar y tratar rehenes, dice que los arrestos e interrogatorios falsos que vivió mientras pertenecía a la Royal Air Force son buenos para preparar para el shock de ser capturado. "Te enseñan lo básico de cómo soportar", comenta.
John McCain, senador de Estados Unidos, es un buen ejemplo de cómo una mente militar tiene ventajas psicológicas. Sus cinco años y medio de prisionero de guerra en Vietnam parecieron haberlo fortalecido. Sin embargo, tras los dos años de aislamiento dijo: "La soledad es algo terrible. Destroza tu espíritu y debilita tu resistencia más efectivamente que cualquier otra forma de maltrato… La desesperación es inmediata y una excelente rival".
Los psicólogos que estudian cómo superar el aislamiento aprendieron mucho de exploradores y montañistas solitarios. Para muchos aventureros que se privaron voluntariamente de compañía, el paisaje puede ser un sustituto efectivo que los envuelve en la grandeza o belleza de sus alrededores.
Inspiración en los excursionistas solitarios
En el océano, los navegadores deben aprender a combatir el aislamiento.
El psicólogo noruego Gro Sandal, de la Universidad de Bergen, en Noruega, entrevistó a muchos aventureros sobre cómo soportar situaciones extremas y dice que trascender la realidad de una situación es un mecanismo común para hacerlo. "Los hace sentir más seguros, menos solos".
No existe un ejemplo más pertinente sobre el poder de la soledad de hundir a una persona o sacar a flote a otra que las historias de Bernard Moitessier y Donald Crowhurst, dos de los competidores de la carrera de yates "Golden Globe Sunday Times" de 1968.
El trofeo de la vuelta al mundo en solitario y sin paradas fue para Robin Knox-Johnston, que lo logró en 313 días. De los nueve competidores, fue el único en terminarla.
Parecía deleitarse con la soledad de su bote, pero no tanto como Moitessier, un asceta francés que practicaba yoga en la cubierta y alimentaba con queso a las pardelas que lo seguían.
Moitessier halló la experiencia tan satisfactoria -y la idea de volver a la civilización tan desagradable- que abandonó la carrera, a pesar de sus altas probabilidades de ganarla, para seguir navegando. Terminó en Tahití luego de recorrer la otra mitad del mundo. "Seguí sin detenerme porque soy feliz en el océano", declaró, "y tal vez porque quiero salvar mi alma".
Mientras tanto, Crowhurst tuvo problemas desde el principio. Partió de Inglaterra mal preparado y envió informes falsos sobre sus progresos en los mares del sur. Y la verdad es que nunca dejó el Atlántico.
Luego de navegar a la deriva por meses, a través de la costa de Sudamérica, se volvió cada vez más depresivo y solitario. Finalmente se encerró en su camarote y plasmó sus fantasías en un disperso tratado filosófico de 25.000 palabras antes de saltar por la borda. Su cuerpo nunca fue encontrado.
¿Qué podemos aprender de estas historias de resistencia y desesperación? Lo obvio es que, como regla general, somos considerablemente inferiores cuando nos separan de los demás.
Como dice el escritor Thomas Carlyle, el aislamiento suele ser "la desdicha total". Sin embargo, también puede valorarse de forma positiva: es posible conectarse y encontrar consuelo más allá de nosotros mismos, incluso cuando estamos solos.